Mi mente expulsa los últimos
resquicios que quedaban de los sueños lentamente. Me niego a abrir los ojos y
aceptar que me he despertado. Mis sentidos se despiertan poco a poco, empiezo a
sentir tus brazos alrededor de mi cintura, tus piernas enroscadas en las mías,
tu cara entre mi pelo. Tu respiración profunda me confiesa que sigues dormido y
el calor que desprende tu cuerpo es la calefacción más eficaz. Lo acogedor de
tu presencia me incita a dormirme de nuevo, más tu belleza sobrenatural me
impide hacerlo, me invita a disfrutar de ti un ratito más, de una manera
especial, mientras duermes como un niño. Pareces tan feliz, tan jodidamente
perfecto con ese rostro angelical. Despiértate y bésame, no, mejor no te
despiertes, déjame disfrutar unos minutos más de ti a solas.
Todo ha salido volando de mi
mente, desorientada y asombrada a partes iguales, me revuelvo entre las
sábanas, pero todavía noto el frescor y la calidez de tus labios sobre los
míos, lo cual me demuestra que eso no ha sido un sueño. Abro los ojos. Un
“Siento haberte despertado princesa, buenos días, sabías lo preciosa que estás
cuando duermes?” acompañado de una sonrisa me devuelve a la realidad. Estás
aquí, y jamás te he deseado tanto.
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