Por definición, no tienen definición! No puedes decir qué es un amigo, es imposible, tienes que sentirlo. A tu alrededor hay miles de personas, y eres tú la que decide, la que escoge cuales serán esas personas de confianza.
Un amigo es aquel que necesitas siempre, que ansías ver cuando acaba de desaparecer de tu punto de visión, quizás porque se muestra tal y como es, no finge, es tan natural como respirar y así es como te hace ver las cosas, sin mentiras, no te regala los oídos, ni te dice lo que quieres escuchar, simplemente te abre los ojos, con tacto pero sin miedo a herirte, aconsejándote sinceramente, y de la misma forma te hace actuar a ti, sin pensar, hablando sin tapujos, sin temas tabú.
Él puede quedarse callado sin agobiarte cuando no quieras oír a nadie por alguna estupidez, puede solucionarte todos los problemas que no le quieres contar a nadie más (por ese estúpido temor a lo que piensen) sin escucharlos (solo analizando tu rostro) con un hombro, un abrazo y un “Yo estoy aquí”, y con disponibilidad las 24h del día los 365 días y ¼ del año, pero cuando caigas, cuando de verdad no sepas que hacer, cuando sea algo más que un pequeño problema, no te levantará, te enseñará a levantarte por ti mismo. Y aunque a pesar de tu pesadez escuche todas y cada de tus tonterías del día, tus historias repetidas o nuevas, nunca escuchará tus: “Por favor, déjame solo”
Tal vez sientes esa incesable necesidad de estar junto a él por su facilidad de cambiarlo todo, convierte algo insignificante en momentos inolvidables, irremplazables y únicos: con su presencia logra sacarte una sonrisa; con la palabra más sinsentido, volverte loca; con una tontería, fastidiarte como nadie; con una mueca, sacarte una carcajada; con una tarde de lluvias, una gran sesión de cine, palomitas, y coca-cola; con una noche enferma, una fiesta de pijamas particular; con una tarde en un centro comercial, una sesión loca de fotos; con una sonrisa, cambiarte el mundo; con unos segundos, hacerte feliz.
Un amigo de verdad es aquel al que adoras cuando saca su parte angelical y sigue aguantando que llegues tarde a cada cita (y él llega tan tarde como tú tan pronto tiene ocasión); ríe tus chistes malos que a nadie le hacen gracia; aguanta días interminables de compras aunque no las soporte en absoluto; te acompaña a comerte el mundo haciendo estupideces mientras recorréis el camino tenebroso de la vida.
Y al que “odias” cuando saca su parte diabólica y te echa una bronca monumental por algo que has hecho; cuando te pone los puntos sobre las íes; cuando no te deja cometer la mayor estupidez por la que te tendrías que lamentar en un futuro próximo; pero sobre todo cuando no te cumple los caprichos, sino que te ayuda a cumplir tus sueños, en ese momento, lo odias con todas tus fuerzas por ser tan jodidamente perfecto y saber que si pusieras un millón de veces las manos en el fuego por él, las seguirías conservando en perfecto estado porque puedes confiar plena y ciegamente en él.
Mi conclusión de todo esto, es que quizás no haya ningún motivo por él que necesitemos amigos, pero si no los tuviésemos, seríamos seres completamente infelices y desdichados.